Aquí el Conocimiento
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-El viejo-
Pero
antes de alejarme más de la llanura debo comprobar algo, he de cruzar campo a
través, hacia el sur. Algunas personas regresarían para recoger provisiones, o
quizás cuartos ante la inquietante idea de hacer en vacío el aventurado camino hacia
la gran urbe. Otras lo harían simplemente para obtener respuestas que apaciguaran
su curiosidad, quizás incertidumbre y ansiedad, generadas por la impetuosa avenida
de preguntas que resolver. Todas estas podrían ser argumentaciones suficientes
para arriesgarse a regresar un instante antes de partir. En mi raciocinio puede
que sea un poco de todo ello, no obstante, como en un fogonazo recuerdo la
moneda; necesito comprobar si aún sigue allí. Pero, aunque querría verlo ya, ahora
andan gentes que pueden verme cruzar los viñedos antes del oscurecido. Así que sigo
escondido entre los maíces, donde espero guarecido en la seguridad que me
ofrecen sus sombras, antes de cruzar hasta la caseta; el refugio de mi época oscura,
ermitaño de un tiempo.
Un
lugar abrigado de miradas frías, durante los últimos tiempos desde que la
construí, de la nada, tras el raspado. Cuando por más de alguna mala razón me
habían relegado del número tres. Fue unos cuantos ciclos atrás, no muchos después de haber conseguido pisar, y quiero pensar
que por propia virtud, las tablas del Magistro de Sabedores. Aún recuerdo sus
palabras y el momento en que recitaron mi nombre antes del marcado. Tan nobles me
parecieron entonces como mendaces las recuerdo ahora:
“Aquí el Conocimiento, y, en la
inexorable búsqueda de ampliarlo, comprenderlo y revelarlo, los Sabedores de
este Magistro te ofrecemos este pincel con el que pintar toda natura, para el avance
y libre voluntad de la humanidad...Y como siervo del Conocimiento así seas
marcado con el Tres…”
Me
había esforzado bastante para terminar el Magistro Medio y no quería terminar
siendo un acomodado en un estanque de Treses, con una ilusión que fuera menguando hasta ya no aportar nada.
No era cuestión de ego ni de demostrar nada ni siquiera a mí mismo. Tampoco a mis
amigos ni a mi familia les parecía que estuviera haciendo nada destacable ya que
el Magistro de Sabedores no implicaba subir de número, ni un mayor respeto, ni
ganar más dinero. Más bien lo contrario, sí implicaba esfuerzo continuo, compromiso
vocacional y solo unos pocos magistros, los jerarcas de cada materia alcanzaban el Cuatro. Y no obtenías
un respeto perceptible entre la mayoría de la gente hasta que ascendías. Para mí
era más bien una cuestión de completar. Completar un vacío y quizás también
curiosidad por lo aún desconocido. Buscar y compartir el conocimiento. Por aquel
entonces sentía una constante frustración en la idea aplicada de intentar crear
un mundo mejor como un solo ser humano... Pero creí y aún sigo aceptando que la
esperanza surge cuando alguien proporciona una chispa desde la cual la luz
puede brillar sobre toda la humanidad... La razón que me había llevado hasta
allí también podría ser la que me hubiera traído hasta aquí.
Es
cierto que aún recuerdo a mi jerarca cortándome las alas como a un pichón. Desde
el primer día la recuerdo ahí sentada impasible, rígida y recta como su silla. Así
no, así. Pero las limitaciones y prohibiciones del entramado ordenancista no menguaron
del todo mi voluntad de seguir allí. Pero
antes de que las acusaciones fueran constantes admití el raspado. Pero las gentes
especulan y mal deducen sus propias conclusiones, y cuando las acusaciones caen
en manos de las grandes cabezas y rebotan sobre los predicadores ante el propio
libro blanco ya habrás sido condenado. Durante muchos momentos tras el raspado sentí
como los peores sentimientos de aversión, malos deseos, venganza, impotencia y
frustración emponzoñaban mis adentros desde el pecho hasta el estómago de una
manera intensa e incontrolable. Durante varios ciclos no cesó hasta que los
liberé de mis cadenas. Como el que retiene a la mayor de las bestias que se
vuelve mansa en libertad. Así fue como me retiré a este lugar apartado donde
con mis propias manos construí la caseta. Era un lugar bastante pobre, donde
nadie quería habitar aunque algunos lo miraron luego con recelo como cuando
después de repudiar a alguien y mirarlo como a un miserable observas que quizás
no vive tan mal y en el lugar donde había solo piedras y maleza seca ahora hay
hierba verde.
Siempre avanzando a contracorriente desde que nací y
tatuaron un número 2 en la parte interior de mi muñeca, criándome entre terroneros,
artesanos, braceros, bestieros, taberneros…, de los que aprendía lo que podía y
que, junto con mi padre y mis tías me enseñaban lo que sabían hasta que a los
catorce ciclos podíamos entrar, si era deseo, en el magistro, y poco después ir
a la iglesia. En mi familia eran terroneros que afanaban junto con otros
hacedores para el Señorío de Cutes, que como casi todos los señores de la cuna
6, uno por cada pueblo, poseían la mayor parte de la tierra. Pero no eran
dueños de los montes y bosques sagrados, como tampoco lo eran del campo, donde no
había siembra y que asalvajado era de todos, también hierático. Así que el día
era casi todo para el trabajo del huerto, la viña, el maíz y el cereal. Se
hacía largo, pero me gustaba el olor del camino al amanecer, comer en la tierra
a la sombra del nogal y afanar todos juntos. Un día, mientras arrancábamos las
alubias de los interminables surcos, uno de los viejos de quien no sabía su
nombre avanzaba a mi lado mientras nos ayudábamos para llegar todos a la vez.
Con el espinazo doblado que solo enderezábamos de vez en cuando para estirar el
pescuezo y llevar las manos a los cadriles, el viejo me enseñaba ingeniosas
artimañas para aumentar la destreza del arranque. -Sujétala así y tira fuerte –
dijo mientras me entregaba una pequeña rama con forma de horquilla curvada como
la que él llevaba entre los dedos y me mostraba cómo conseguía coger alguna
planta más en cada arranque.
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